Hace un par de años, si oía la palabra “minimalismo” se me venían a la cabeza imágenes de habitaciones vacías, paredes blancas, ropa monótona, etc. Todo esto me causaba mucho rechazo, ya que soy una persona muy clásica que se siente profundamente identificada con la estética dark academia, y que por tanto no puede soportar la idea de estudiar en escritorios blancos y vestir camisetas básicas de algodón blanco.
Sin embargo, al mismo tiempo, siempre he tenido mucho conflicto con la sobreestimulación sensorial, y esto me ha causado mucha ansiedad y angustia, especialmente cuando se trata del mundo digital. Y es gracias a esto que me encontré con lo que realmente significaba el minimalismo; entendí que no se trataba de tener pocas cosas sino de tener cosas que realmente importan. Se trataba de que todas las posesiones sirvieran algún propósito real.
Así fue como me introduje en el minimalismo digital, que poco a poco se fue expandiendo hacia el mundo físico para transicionar poco a poco en eco-minimalismo, reduciendo no sólo mi consumo sino también mi residuo.
Y de repente me encontré con el método de Marie Kondo, y se me fue bastante la pinza. Me ocurrió lo que se conoce como “venirse arriba”, y en un momento impulsivo decidí aplicar las técnicas konmari de decluttering a mi armario, así, de golpe, sin pensarlo.
Me deshice de muchas cosas que ahora mismo habría querido conservar.
Me acuerdo en especial de una falda de embarazada que compré por accidente y que me encantaba, pero claro, haciendo la limpieza dije “¿para qué quiero una falda de embarazada si no estoy embarazada?”, y decidí donarla. Ahora lo pienso y digo “vaya, lo de que fuera para embarazadas era lo de menos, me quedaba muy bien y la usaba un montón”. Tampoco es que esto me quite el sueño, en lo que se refiere a ropa soy bastante básica y conformista. Pero es cierto que le he dado muchas vueltas al porqué: ¿Por qué hacer eso de manera tan impulsiva, sin pensarlo? ¿Por qué tan de repente? ¿Y por qué en ese momento y no antes o después?
Tardé mucho en comprender que había malinterpretado radicalmente el minimalismo, pues lo había hecho girar en torno a todo aquello que no quería en mi vida, en vez de centrarme en lo que sí quería. En otras palabras, había identificado mis problemas con mis posesiones y me había deshecho de ellas, pensando que con ellas desaparecerían también mis problemas. Evidentemente, no ocurrió así; el minimalismo existe con el propósito de ser intencional con todo en la vida, por lo que tratar los problemas como basura en vez de sentirlos y reapropiarlos es completamente contraproducente.
Todo esto lleva a preguntarse:
¿Qué viene primero, el minimalismo o la claridad mental?
Sinceramente, no considero que haya encontrado una respuesta realmente satisfactoria a esta pregunta, pero sí creo que va por esta línea: ambos se complementan, el uno lleva a la otra y la otra lleva al uno. Nunca se alcanza un punto en la vida en el que puedas mirar tu vida y decir “ya soy totalmente minimalista” o “ya tengo toda la claridad mental posible”.
Ambas cosas constituyen un proceso evolutivo no lineal, sino circular, que requiere autoindagación, sacrificio y muchos altibajos. Sin embargo, al poco tiempo, se le coge el tranquillo al viaje, y sin darte cuenta, se convierte en un aspecto fundamental de tu vida, pues el hábito lo convierte en un estado mental. Una vez conseguido este estado mental, deja de ser necesario esforzarse por llevar una vida intencional, ya que se vuelve totalmente instintivo.
Ahora bien, ¿cómo conseguir llegar a este punto? Tranquilo, no necesitas deshacerte de ninguna de tus pertenencias ni irte un año a vivir solo a una cabaña alejada de la civilización. El sistema no hace referencia al objeto sino al sujeto; se basa en mejorar tu comunicación contigo mismo.
Para lograr esto último, te propongo una serie de ejercicios que pueden ayudarte a ello:
- Siempre que te acuerdes, cuando tomes un objeto con la mano, párate a pensar si realmente cumple una función importante en tu vida.
- Cuando hables con alguien, plantéate si te aporta algo verdaderamente positivo.
Fíjate en que no te he dicho que te despidas de nada ni de nadie; no pienso que debas hacerlo. Cuando hagas estos dos ejercicios de manera sistemática, serás tú mismo quien decida hacer limpieza en su vida, pues encontrarás claridad en el minimalismo y minimalismo en la claridad.
Sin embargo, si ves que pasa mucho tiempo y este momento nunca llega, te daré un último consejo: mete en una caja de mudanzas todas tus pertenencias que no estés seguro de deber conservar.
Al cabo de un tiempo, el que te resulte cómodo, vuelve a abrir la caja.
Todos aquellos objetos que hayas tenido que sacar de la caja alguna vez, quédatelos, pues siguen sirviendo un propósito en tu vida. Los demás objetos que no hayas usado, déjalos más tiempo en la caja, si así lo necesitas, y cuando te sientas preparado, encuentra para ellos un nuevo hogar.
Por último, es importante despedirse correctamente de todo aquello que no aporta valor a nuestra vida, ya que, aunque ya no lo necesitamos, en algún momento nos hizo la vida más fácil. Y aunque esto no fuera así, sigue sin ser apropiado deshacerse de las cosas como si se tratara de basura. Después de todo, son objetos que reflejan tu pasado, que puede ser bueno o malo, pero siempre va a ser parte de tí, y solamente por esto merece una buena despedida llena de agradecimiento y asertividad.