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La importancia de vivir despacio

Escribí hace unas semanas un post en líneas generales sobre el minimalismo y mencioné cómo había minimizado no sólo mis pertenencias sino también mi residuo. Aprovechando que hoy se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente (según la ONU), hoy voy a profundizar un poco más en la relación que guarda el minimalismo con el ecologismo. 

Esta relación puede parecer muy simple: el minimalismo trata de evitar el consumismo innecesario y el ecologismo se enfoca en los daños producidos por el consumo innecesario. Sin embargo, gracias a mi viaje en ambos mundos, he podido descubrir que la cosa es mucho más compleja, pues da de lleno en el amplísimo mundo del crecimiento personal. 

Como ya introduje en mi otro post, mi primer contacto con el ecologismo vino a causa del minimalismo, sobre el que ya llevaba unos meses indagando. Recuerdo estos meses con mucho cariño y orgullo, pues fueron mi primer paso hacia mi autoconocimiento y amor propio. Darme cuenta de que había sido engañada y que realmente no necesitaba muchas cosas para ser feliz y sentirme exitosa (pues entendía el éxito como un lugar al que se llegaba tras obtener x logros en la vida, siempre relacionados con dinero y “belleza”, y no como realmente es: un sentimiento que sólo uno puede concederse a sí mismo) fue probablemente el momento más empoderante de mi vida junto con el día que descubrí que no necesitaba la carne para estar bien alimentada. Reduje mi armario a su quinta parte, me eliminé todas las redes sociales e hice una profunda limpieza de papeleo en general y hasta de objetos emocionales como fotos y recuerdos. 

Todo esto me hizo sentir por primera vez un sentimiento de libertad y fortaleza del que me he vuelto irremediablemente adicta. Cada vez me resulta más fácil rechazar regalos y despedirme de determinados objetos, y no puedo creerme aún el alivio que siento al pensar que no necesito volver a ir de compras para arrasar las tiendas nunca más. Desde entonces busco constantemente maneras de reducir aún más mis posesiones y, por su puesto, mi consumo se ha reducido exponencialmente y ahora el 100% de mis ingresos los invierto en experiencias, a saber, planes con amigos, libros, cursos, etc. 

Después de un tiempo me encontraba yo investigando cuando me topé con el término «eco-minimalismo» y, por supuesto, llamó inevitablemente mi atención. Antes de darme cuenta había empezado a usar la copa menstrual junto con compresas de tela, había dejado de usar champú y jabón industriales y había empezado a hacer mi propia pasta de dientes y desodorante. Y diréis: «vale, todo eso está muy bien, pero ¿no es una manera innecesaria de complicarse la vida?» o «Si a mí también me importa el medioambiente, pero todo eso que dices conlleva un tiempo del que no dispongo». No os alarmeis, yo también pensaba así, y tenéis mucha razón en parte; es difícil actualmente encontrar tiempo para dedicar a uno mismo. Todo va demasiado rápido, todos hacemos demasiadas cosas a la vez, casi sin parar, en nuestra incesable ansiedad por «aprovechar el tiempo». 

Tendemos a pensar que las máquinas nos han liberado, que la tecnología nos ha liberado, cuando realmente nos ha esclavizado.

He aquí otro gran engaño, el que probablemente más incrustado tengamos en nuestras cabezas: pensamos que aprovechar el tiempo consiste en hacer mucho en poco tiempo. Y todos nos lo hemos creído en algún momento. Es a causa de esto que hemos recurrido tanto a la comida rápida o a la moda rápida, a pesar de que a estas alturas todo el mundo sabe que ambas son muy malas para nosotros y para el planeta. Estamos convencidos de que venceremos al tiempo con velocidad cuando, realmente, la única manera de lograrlo es viviendo lento. ¿O es que acaso os habéis sentido realizados alguna vez por tener máquinas ocupándose de todas vuestras tareas domésticas para que así puedas dedicar el 100% de tu tiempo a trabajar? Tendemos a pensar que las máquinas nos han liberado, que la tecnología nos ha liberado, cuando realmente nos ha esclavizado. Si laváramos los platos a mano no tendríamos que trabajar por pagar un lavavajillas, si tuviéramos menos ropa no necesitaríamos trabajar para pagar una lavadora porque no tendría sentido. 

Y todo esto lo he aprendido, precisamente, optando por vivir más despacio. Toda la gente se sorprende cuando menciono, por ejemplo, las compresas de tela: «¿No es un rollo tener que limpiar las manchas a mano?» «¿No te da asco tocar la sangre?» «¿No te parece algo antihigiénico?» No, no y no. Yo odiaba menstruar, lo veía como una maldición con la que me había tocado vivir. Ha sido precisamente enfrentarme a mi propia sangre lo que ha cambiado totalmente mi relación con mi cuerpo, pues me ha obligado a conocerme más y a aceptar mi naturaleza. Cada vez que limpio mi compresa lo vivo como todo un ritual, es un momento en el que estoy a solas con la parte más íntima de mí, con mi sexo, con mi fertilidad y mi salud. En definitiva, dejar de generar tanta basura me ha llevado a dejar de sentirme yo misma como basura, y ha sido el paso más importante que he dado hacia el amor propio.

Mi experiencia ha sido similar con el resto de mi higiene, pues al dejar de producir tanta basura he dejado de verla como una parte sucia de mi vida para verla como algo limpio y precioso, parte de mi autocuidado. Mi gran descubrimiento en este aspecto fue, una vez más, otro engaño del que no había sido consciente: creemos que lo que mejor nos funciona son los productos diseñados por especialistas, con una lista ilegible de ingredientes de los cuales muchos tienen nombres impronunciables. Estos productos están pensados para funcionar en todos o casi todos los cuerpos, y claro, cada cuerpo es totalmente diferente, por lo que existen dos opciones posibles para explicar la posibilidad de crear estos productos: o son muy agresivos o muy poco eficaces. Fabricar con productos naturales mis propios productos, mi propio champú, pasta de dientes y desodorante, entre otros, me ha forzado a pararme a escuchar mi cuerpo y entender qué es lo que él realmente necesita como cuerpo único con necesidades únicas. Mi cuerpo ha pasado de ser una carga a convertirse en mi mejor amigo, con el que tengo conversaciones fascinantes cada día con las que aprendo más que con cualquier libro que haya leído nunca. Ojalá pudiera describir la libertad que se siente al tener productos personalizados y no depender de lo que una empresa opina que necesitas… Por no hablar del beneficio que ha resultado ser para mi salud mental, pues no he vuelto a sentirme inútil gracias a, básicamente, demostrármelo a mí misma con estos hábitos. 

Os cuento todo esto para demostrar que la autosuficiencia no es sólo beneficiosa para el planeta sino también para nosotros. Amar y cuidar el planeta es amarnos y cuidarnos a nosotros mismos. Vivir despacio no tiene más que recompensas tanto medioambientales como personales, de salud y, vamos a decirlo, de dinero. 

Hoy os invito a reflexionar sobre qué parte de vuestra demanda podéis cambiar y qué parte de vuestra vida podéis ralentizar para hacerle un favor al planeta y a vosotros mismos. El Día Mundial del Medio Ambiente es el día de la naturaleza, démonos cuenta de que somos tan parte de ella como ella es parte de nosotros. Construyamos nuestros caminos junto a ella y no a pesar de ella.

Fotografía de Nadiya Ploschenko en Unsplash
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